28 de junio de 2013

Cristianos en Siria: Oraciones por la liberación de los Obispos secuestrados

Los obispos secuestrados el lunes 22 de abril
Los dos Arzobispos de Alepo (Siria), el Metropolita Pablo de la Iglesia Ortodoxa de Antioquía y el Metropolita Mar Gregorios Juan Ibrahim de la Iglesia Ortodoxa Siriana, secuestrados el lunes 22 de abril pasado, siguen cautivos.

Al cumplirse dos meses de su secuestro, el pasado sábado 22 de junio las Iglesias en Siria se han reunido en una jornada de oración por la liberación de los Arzobispos Pablo y Juan y de todos los secuestrados, en el Monasterio de Nuestra Señora del Balamand.

En esa ocasión, el Patriarcado Ortodoxo de Antioquía y Todo Oriente y el Patriarcado Siriano Ortodoxo de Antioquia y Todo Oriente emitieron conjuntamente este mensaje, que reproducimos íntegramente a continuación.



“Hagan brillar su luz delante de todos,
para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes
y alaben al Padre que está en el cielo”


Hoy nos reunimos en oración por nuestros dos hermanos, Sus Eminencias Pablo y Juan, al cumplirse dos meses de su secuestro sin tener noticia convincente de su estado, a pesar de todos los esfuerzos realizados. Elevamos nuestra oración también por todos los secuestrados y por sus familias que esperan una noticia sobre ellos y aguardan ser liberados.


Queridos hermanos, Sus Eminencias Pablo y Juan,
Ustedes son nuestro orgullo. Estamos enormemente orgullosos de ustedes y engrandecemos la recompensa de sus esfuerzos cuyos ecos llegaron a las alturas de los cielos. Sus vidas son un símbolo de permanente entrega, ante la cual nos inclinamos rindiendo honor y agradecimiento. Pues, ambos no han dejado nunca de invitar y trabajar en pos de la verdad, la vida y el amor fraternal. Uno de ustedes enseñó a su feligresía con la palabra y el hecho así: “¡Vengan para rezar en la iglesia! Si tenemos que morir, mejor morir en la Iglesia mientras rezamos que morir en la casa mientras nos resguardamos.” El otro decía: “¿Cómo puedo dejar a mi hermano que sufra sin hacer nada? No importa si me expongo al peligro. ¡Lo importante es aliviar a mi hermano!”.

Ambos han ofrecido la lucha de la oración pura y humilde, y la sangre del amor verdadero. Han enseñado el espíritu de la entrega y del servicio a todo hombre, y han permanecido fieles a la fe y al compromiso con los miembros de su rebaño y de su patria. Han sabido caminar durante estos acontecimientos dolorosos sosteniendo las armas de la fe, la sabiduría y la entrega incondicional. No hay duda que los ángeles se inclinan en el cielo frente al trono divino, con reverencia y temor, al ver este testimonio suyo, testimonio de luz y de pureza.

Vuestro silencio ensordecedor ha abierto el muro de los cielos y vuestra oración ha hecho llover muchas bendiciones sobre nosotros. A pesar del dolor que abruma nuestros corazones en esta espera que ahora llega a dos meses, sentimos en el fondo del corazón que la firmeza de ambos es grandiosa, y que Aquél que descendió al infierno y rescató a los muertos que allí estaban, es Quien les acompaña en el combate invisible que ambos viven lejos de los ojos de la creación. Nosotros sentimos también el efecto de esta bendición, pues nos fortalece en el alma, la esperanza y la paciencia, y sentimos cómo esta bendición ha atraído a muchos del mundo entero para unirse a nosotros en esta gran lucha espiritual hasta que llegue la buena noticia de su liberación, que esperamos llegue bien pronto.


Queridos hermanos de Alepo, 
Ustedes son nuestro corazón que late por amor a sus dos pastores queridos. Su testimonio cotidiano nos ha sorprendido, testimonio de firmeza cotidiana, de oración que brota del corazón, y de inmensa esperanza en estos momentos delicados. Si la paciencia se le acabe a alguien, que tenga pues como Paráclito al Espíritu Santo, a Quien le pedimos que descienda sobre nosotros mañana, Domingo de Pentecostés. El Buen Pastor nos ha adoptado, Aquél que dio su vida por sus amados en todo lugar y tiempo, y Quien no nos dejará huérfanos y desconsolados, sino que nos dará la fuerza de la certeza de que Él es nuestro entrenador en nuestra lucha espiritual, Él es quien nos proporciona la salvación, nos cuida y nos guía en la vida, en este tiempo difícil, hasta que lleguemos a puerto seguro, a la esperanza firme y a la certeza verdadera.

No se debilitaron nuestras fuerzas y, con la voluntad de Dios y su auxilio, no se debilitarán. Todos estamos aferrados a la fe y a la promesa de Dios de que la esperanza de todo aquel que confía en Él no desfallecerá jamás. Y si hemos llegado a ser “un espectáculo para todo el universo, tanto para los ángeles como para los hombres”, puesto que “la muerte obra en nosotros…”, pero la obra de Dios consiste en crear a través de esta muerte una nueva vida, y en anunciar, a través de este silencio ensordecedor, la gloria dada a su Hijo Amado para que la otorgue a sus amados. Por ello, confiamos en el poder de Dios y su sabiduría. Esta confianza hace milagros entre la gente de buena voluntad y fe, porque el Señor Jesús dijo: “Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo.” Es una gloria dada a aquellos por quienes rezamos, y a aquellos que rezan por ellos como así también a todo cuanto comparte con ellos las cadenas del secuestro injusto.


Queridos hermanos en la ciudadanía, los hijos de Siria,
Ustedes son nuestros pulmones a través de los cuales respiramos el aire de la convivencia y de los verdaderos valores, de la historia y del destino. Hemos sido y seremos siempre con ustedes los constructores de una civilización y una vida basadas en el espíritu de la libertad, la comunión y la lealtad. Todo esto lo hemos recibido de nuestros padres y en esto educamos a nuestros hijos. Duele en el alma lo que sucede con nuestra patria y todo cuanto implican estas circunstancias abrumadoras y destructivas. Nuestra presencia es la de la levadura en medio de la harina, para que se vuelva pan y comida para los hijos de la misma patria. Todos hemos aprendido no tirar la miga en la tierra, sino guardarla con respeto, en honor al creador quien nos dio la comida en signo de bendición. Nuestra presencia es un testimonio de una vida, un compañerismo, un encuentro, una cooperación y un compromiso, el cual queremos que siga vivo, activo y permanente.

¡Que la fe en un solo Dios sea incentivo, base y pilar de unión y no de división, de solución y no de crisis inacabable, de paz y no de confrontación, de vida y no de muerte! Elevemos entre nosotros la voz de la justicia y del derecho por encima de la voz de la injusticia y la insensatez. ¿Acaso subestimaremos la voz de la conciencia que no es sino la voz de Dios? ¿Acaso la conciencia pasó a ser una pieza de museo? ¿Es que el hombre ya no tiene valores por los que valga la pena sacrificarse y rescatar lo que es más valioso? ¿Por qué esta persistencia en ignorar el derecho del hombre a vivir? ¿Es necesario destruir la vida del hombre por el mismo derecho de vivir?

Pedimos a todos que retornen a Dios, en hechos y no en palabras, y que entreguen todos sus asuntos a Él. Nosotros somos mártires con ustedes y por ustedes. Pero permitan que este testimonio tenga su verdadero sentido y no un sentido vulgarizado, o sea números que aparecen en la prensa e imágenes publicadas en los medios de comunicación que incitan a continuar con más derramamiento de sangre, destrucción y muerte.


Queridos hermanos del Oriente Árabe,
Ustedes son el cuerpo que construimos juntos. Nos alegramos cuando crece y nos duele cuando sufre. Este cuerpo, con todas sus confesiones, religiones y nacionalidades, es un cuerpo santo, al cual servimos y cuidamos tal como sirvieron nuestros hermanos queridos los arzobispos Pablo y Juan. Nosotros estamos agradecidos por la solidaridad de nuestros hermanos cristianos y musulmanes que se manifestó desde el momento mismo del secuestro de Sus Eminencias y la gran inquietud que han demostrado siempre frente al continuo silencio con respecto a su paradero. Sin duda alguna, tenemos delante de nosotros una gran lucha para velar por la santidad de este tejido único en su tipo, y velamos por él sin cesar y con toda dedicación. Esto lo expresamos empleando todos los medios para lograr la liberación de los dos arzobispos Pablo y Juan y de todos los secuestrados.


Queridos hermanos en la humanidad,
Ustedes son nuestras manos que quisiéramos sigan elevando en alto, en oración por nosotros. Les agradecemos, puesto que les ha batido el secuestro de Sus Eminencias y el silencio ensordecido en cuanto a su paradero y el paradero de muchos otros secuestrados. Queremos estrechar vuestras manos blancas que envían ayudas humanitarias, calman las heridas, expanden el bien y aúnan los esfuerzos por que se realice la paz. Pero no queremos que nadie haga uso de ellas para hacer lo malo, lo repudiable, lo abominable y todo aquello que prohíben la conciencia, la verdad y la justicia.

Les agradecemos de corazón por su compañía en esta prueba y pedimos la ayuda de sus gobiernos, próximos y lejanos, especialmente aquellos directamente relacionados con nosotros, para llegar a buen fin en paz y bien. Apreciamos los esfuerzos de los estados y los servicios de seguridad que trabajan para llegar a saber el paradero de los dos arzobispos Pablo y Juan. Sin embargo, también manifestamos nuestra sorpresa y nos preguntamos: ¿Son incapaces hasta tal punto en esta causa? Creemos que el destino de los secuestrados, desde un principio y en todo momento, está en manos de Dios, sea alabado y enaltecido. Pero, esto no excusa la responsabilidad de trabajar para llegar a la verdad y liberarles lo más pronto posible.


Queridos hombres de buena voluntad y de propósitos loables,
Ustedes son nuestros oídos que oyen, y que no los ensordecen al derecho y a la verdad. Nos dirigimos a ustedes y rezamos por ustedes para que hagan lo posible y lo imposible para proteger al ser humano en todo lugar, especialmente a aquellos que se entregan por el servicio al hombre y su cuidado.

Al condenar y reprobar el secuestro, elevamos hoy nuestro llamado y nuestras oraciones por los secuestradores de nuestros dos queridos hermanos los arzobispos Pablo y Juan y les decimos: Es una bendición que ustedes estén en compañía de ellos, pero no se guarden esta bendición sólo para ustedes, sino que tengan a bien de entregárnoslos, pues así ambos son más útiles para todos, y el Señor perdona y dispensa.


Señor y Dios nuestro,
Tú eres nuestra vida y nuestro creador. ¿Cómo te retribuiremos todo lo que nos has dado? La copa de salvación la aceptamos y el nombre del Señor invocamos, tal como nos lo enseñó el profeta David. Nuestro Cristo, frente a la copa de la Pasión, rezó a su Padre para que la aparte de Él, luego volvió a rezar y dijo: “Hágase tu voluntad, no la mía.” Tú que has querido que aprendamos el significado de estos dichos salvíficos con lo que nos toca vivir hoy, nos acercamos al trono majestuoso con humildad y temor y nos prosternamos suplicando: Te pedimos que nuestros dos hermanos queridos los arzobispos Pablo y Juan regresen de esta “misión eclesiástica silenciosa” ilesos de todo mal, dando testimonio de la verdad y glorificando tu nombre. Te pedimos también por nuestros hijos de la querida Siria para que concedas a todos la instauración de la paz, y por el Líbano te pedimos que lo conserves como morada de paz y convivencia, y por nosotros, Señor, que nos concedas la fuerza de la fe, la esperanza, la caridad y la sabiduría para que seamos fieles a Ti y para que seas nuestro Salvador y Redentor.

Invocaremos tu Nombre siempre, Tú que eres el Creador de todos, y luz de los cielos y la tierra. ¡Ven y sálvanos!



Fuente: Comunicado del Arzobispado de Buenos Aires y toda Argentina, de la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa del Patriarcado de Antioquia, fechado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el 27 de junio de 2013.