26 de octubre de 2013

El don y la llamada de Dios a la unidad: nuestro compromiso

Esta Declaración sobre la unidad cristiana es una versión preliminar (borrador) que se propondrá a la 10ª Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) en 2013. El texto fue presentado el 30 de agosto 2012 en la 60ª reunión del Comité Central del CMI.



El don y la llamada de Dios a la unidad: nuestro compromiso


1. La Creación es un don del Dios vivo. Celebramos la vida y la diversidad de la Creación, y damos gracias porque es buena (Génesis 1). Es la voluntad de Dios que la Creación entera, reconciliada en el amor de Cristo a través del poder transformador del Espíritu Santo, cohabite en la paz y en la unidad (Efesios 1).

Nuestra experiencia

2. Nuestro planeta y sus pueblos viven la dicotomía entre las más grandes esperanzas y la desesperación más absoluta. Damos gracias por la diversidad de las culturas humanas, por la maravilla del conocimiento y de los descubrimientos, por las comunidades que se reconstruyen y los enemigos que se reconcilian, por aquellos que se curan y aquellos que encuentran alimento. Es motivo de regocijo para nosotros que pueblos de diferentes creencias trabajen juntos por la justicia y por la paz. Estos son signos de esperanza, paz y nuevos comienzos. No obstante, lamentamos que haya también lugares en los que los hijos de Dios siguen sufriendo. La injusticia social y económica, la pobreza y el hambre; todas ellas han hecho estragos en nuestro planeta. También están la violencia y el terrorismo, y la amenaza de la guerra nuclear y de todas las guerras. Muchos son los que padecen SIDA y otras enfermedades, y muchos son también los que se ven desplazados y desposeídos de sus tierras. Muchas mujeres son víctimas de la violencia, la desigualdad y la trata de personas. Algunos hombres también sufren abusos. Hay personas que viven marginadas y excluidas. Todos estamos en peligro de desconectarnos de la tierra y distanciarnos de nuestras culturas. Hemos utilizado la Creación indebidamente y nos enfrentamos a amenazas al equilibrio de la vida, una crisis ecológica cada vez más profunda, y los efectos del cambio climático. Todos ellos son signos de relaciones disfuncionales con Dios y con la Creación, y confesamos que son una afrenta para el don de la vida.

3. Dentro de las iglesias, experimentamos la misma dicotomía entre celebración y duelo. Hay señales de vida palpitante y energía creativa en el crecimiento de las comunidades cristianas en el mundo, con una diversidad nueva y sin precedentes. Hay un sentimiento cada vez más profundo entre las iglesias de que nos necesitamos los unos a los otros y de que Cristo nos llama a la unidad. En lugares en los que las iglesias experimentan angustia y miedo constante de persecución, la solidaridad entre los cristianos de diferentes tradiciones al servicio de la justicia es un signo de la gracia de Dios. El movimiento ecuménico ha alentado nuevas relaciones , creando así un terreno de cultivo en el que puede crecer la unidad. Hay lugares en los que los cristianos trabajan y dan testimonio juntos en sus comunidades locales, y también hay nuevos acuerdos y convenios regionales, así como un sentido de comunidad más fuerte. Reconocemos cada vez más que estamos llamados a compartir con personas de otras religiones y aprender de ellas, a realizar junto a ellas esfuerzos comunes por la justicia, por la paz y para preservar la integridad de la hermosa, bien que doliente, creación de Dios. Estas relaciones que se profundizan y estas oportunidades de servicio compartido nos plantean nuevos retos y amplían nuestras perspectivas.

4. No obstante, lamentamos que también haya experiencias dolorosas de situaciones en las que la diversidad se ha convertido en división, y no hemos reconocido el rostro de Cristo en nuestro prójimo. No logramos reunirnos todos en torno a una misma mesa en la comunión eucarística. Las cuestiones que nos dividen permanecen, y surgen nuevos y profundos desafíos que crean nuevas divisiones entre las iglesias. Nos refugiamos con mucha facilidad en nuestras propias tradiciones yo comunidades, sin aceptar el desafío enriquecedor que representan los dones que otros nos ofrecen. Para algunos, la nueva vida creativa de la fe no parece revestir de la pasión por la unidad o el anhelo de la vida en comunidad con los demás. Esto nos hace más proclives a tolerar la injusticia, o incluso los conflictos entre las iglesias y en el seno de las mismas. No conseguimos avanzar porque algunos están desilusionados y cansados del camino ecuménico.

5. Debido a nuestros fallos humanos, no siempre honramos al Dios que es el origen de nuestra vida. Cuando abusamos del don de la vida con nuestras prácticas de exclusión y marginalización, de explotación de la Creación, o nuestra falta de voluntad para luchar por la justicia, para vivir en paz o para buscar la unidad, estamos rechazando los dones que Dios nos ha ofrecido.

Nuestra visión común de las Escrituras

6. Leer las Escrituras juntos nos abre los ojos al lugar que tiene la comunidad del pueblo de Dios, la Iglesia, dentro de la Creación. Hombres y mujeres han sido creados a imagen y semejanza de Dios, y han recibido la responsabilidad de ser guardianes de la vida (Génesis 1:27-28). El pacto con Israel marcó un momento decisivo en el desarrollo del plan divino de salvación. Los profetas llamaron a este pueblo participante del pacto a trabajar por la justicia y la paz, a asistir a los pobres, los desplazados y los marginados, a ser la luz de las naciones (Miqueas 6:8; Isaías 49:6).

Dios envió a Jesucristo quien, a través de su ministerio y de su muerte en la cruz, quebró las barreras de separación y hostilidad, estableció un nuevo acuerdo, y encarnó la unidad y la reconciliación verdaderas (Efesios 1.9-10 y 2:14 - 16). Jesús anunció la llegada del Reino de Dios, tuvo compasión por las multitudes, sanó a los enfermos y trajo la buena nueva a los pobres (Mateo 9:35-36; Lucas 4:14-24). Con su vida, su muerte y su resurrección, y por el poder del Espíritu Santo, Jesús reveló la comunión de la vida del Dios trino, y abrió para todos un nuevo camino para vivir en comunión con los demás en el amor de Dios (1 Juan 1:1-3). Jesús oró por la unidad de sus discípulos por el bien del mundo (Juan 17:20-24). Encomendó este mensaje y su ministerio de unidad y reconciliación a sus discípulos y, a través de ellos, a la Iglesia, que está llamada a continuar su misión (2 Corintios 5:18-20). Desde el principio, los creyentes vivían en comunidad y se dedicaban a las enseñanzas y el intercambio apostólico, compartiendo el pan y la oración, asistiendo a los pobres, proclamando la buena nueva, y aún así se veían confrontados a divisiones y facciones (Hechos 2:42; Hechos 15).

8. La Iglesia, como Cuerpo de Cristo, encarna el amor que une, reconcilia y se sacrifica en la cruz. En el centro de la propia vida en comunión de Dios siempre habrá una cruz y una resurrección. Es una realidad que se nos revela a nosotros y por nosotros. Oramos y anhelamos ardientemente que Dios renueve la Creación entera (Romanos 8:19-21). Dios siempre está un paso por delante de nosotros, siempre nos sorprende y transciende nuestras faltas, ofreciéndonos el don de la nueva vida.

La llamada de Dios a la unidad hoy

9. En nuestra peregrinación ecuménica, hemos llegado a comprender más sobre la llamada de Dios a la Iglesia para servir a la unidad de toda la Creación. La iglesia está llamada a ser la antesala de la nueva Creación; un signo profético ante el mundo entero de la vida que Dios nos reserva a todos, y el instrumento para anunciar la buena nueva del Reino de Dios de justicia, paz y amor.

10. Como antesala de esta nueva Creación, Dios hace a la Iglesia partícipe de sus dones misericordiosos: una fe basada en las Sagradas Escrituras; el bautismo, en el que existimos en Cristo por obra del Espíritu Santo, y nos convertimos en una nueva creación; la Eucaristía, la expresión más completa de la comunión con Dios y con el prójimo, que crea un sentimiento de comunidad y que nos envía a realizar la misión; el ministerio apostólico , que alimenta los dones de todos los fieles para llevar a cabo la misión de la Iglesia. Las reuniones sinodales y conciliares también son dones al servicio de la comunidad, guiadas por el Espíritu Santo, para definir el consenso, aprender unos de otros y vivir en el sacrificio, sirviendo las necesidades del prójimo y del mundo. La unidad de la Iglesia no es uniforme; la diversidad también es un don creativo y dador de vida. No obstante, la diversidad no puede ser tan grande que los que siguen a Cristo se conviertan en extranjeros y enemigos los unos para los otros, en detrimento de la realidad unitaria de vida en Cristo. [1]

11. En tanto que signo profético, la vocación de la Iglesia es poner de relieve la vida que Dios desea para toda la Creación. Mientras duren nuestras divisiones y hostilidades eclesiásticas, seremos una manifestación muy poco creíble. Las divisiones y la marginación por motivos de etnia, género, estatus, poder o casta también mancillan el testimonio de unidad de la Iglesia. Para ser un signo creíble de nuestra vida en comunidad, tenemos que reflejar las cualidades de paciencia, generosidad, escucha atenta de los demás, responsabilidad mutua, inclusión y voluntad de permanecer unidos en lugar de decir “no te necesito” (1 Corintios 12:21). 12:21). Estamos llamados a ser una comunidad que lleva en su corazón la justicia, que vive en paz, y que no se acomoda en la facilidad de una paz que silencia las protestas y el dolor, sino que lucha por la paz verdadera que va de la mano de la justicia. Sólo al verse renovados e inspirados los cristianos por el Espíritu de Dios podrá la Iglesia ser un testimonio verdadero de la posibilidad de vida en la reconciliación para todos los pueblos, para toda la Creación. La Iglesia es signo creíble y misterio de la gracia de Dios especialmente en la debilidad y en la pobreza, sufriendo como Cristo sufre.[2]

12. Como instrumento, la Iglesia está llamada a hacer sentir la presencia del plan divino de afirmación de la vida de Dios para el mundo, revelado en Jesucristo. Por naturaleza, la Iglesia es misionera y está llamada y enviada para dar testimonio del don de la comunión que Dios ofrece a toda la humanidad y a toda la Creación en el Reino de Dios. A través de su labor de servicio, misión y evangelización realizada a semejanza de Cristo, la Iglesia es instrumental para ofrecer la vida de Dios al mundo.[3] Por el poder del Espíritu Santo, la Iglesia está llamada a proclamar la buena nueva de manera que inspire una respuesta en los diferentes contextos, idiomas y culturas, para trabajar por la justicia y la paz de Dios. Los cristianos viven en presencia de pueblos de otras fes, y están llamados a hacer causa común con ellos cuando sea posible para el bienestar de todos los pueblos y de la Creación.

13. La unidad de la Iglesia, la unidad de la comunidad humana y la unidad de toda la Creación van de la mano y son inseparables. La unidad de la Iglesia requiere una vida de justicia y de paz que nos impulse a trabajar juntos por la justicia y por la paz en el mundo de Dios.

Nuestro compromiso

14. Afirmamos el lugar de la Iglesia en el designio de Dios y nos arrepentimos de las divisiones existentes entre nuestras iglesias y en el seno de las mismas, confesando con dolor que nuestra división afecta a nuestro testimonio de la buena nueva de Jesucristo y se vuelve un testimonio menos creíble de la unidad que Dios desea para todos. Confesamos que hemos cometido errores a la hora de hacer justicia, trabajar por la paz y cuidar de la Creación. A pesar de nuestros errores, Dios es fiel y compasivo, y sigue llamándonos a la unidad. Con nuestra fe en el poder creador y recreador de Dios, esperamos que la Iglesia sea la antesala, el signo creíble y el instrumento eficaz de la nueva vida que Dios le ofrece al mundo. En Dios, que nos lleva hacia la vida en todo su esplendor y plenitud, la esperanza y la pasión por la unidad se ven renovadas.

15. Así, nos impulsamos unos a otros a permanecer comprometidos con “el objetivo principal de la comunidad de iglesias...alentarnos los unos a los otros en el camino hacia la unidad visible en una sola comunidad de fe, en una sola comunidad eucarística expresada en el culto y la vida en común en Cristo, a través del testimonio y el servicio al mundo, y a avanzar hacia esa unidad para que el mundo crea”.[4]

16. Fieles a este llamamiento común, buscaremos juntos la unidad visible en su plenitud de la Iglesia una, santa, católica y apostólica cuando expresemos nuestra unidad sentándonos juntos a la Mesa del Señor. Esta búsqueda de la unidad de la Iglesia nos abrirá a recibir los dones de otras tradiciones y ofrecer nuestros dones a los demás. Continuaremos las discusiones teológicas, prestando atención a las nuevas voces y los diferentes métodos y perspectivas. Intensificaremos nuestro trabajo por la justicia, la paz y la sanación de la Creación, y abordaremos juntos los complejos desafíos de la realidad económica, social y moral actual. Trabajaremos para establecer métodos más justos y participativos para vivir en comunidad. Uniremos nuestras fuerzas con las de otras comunidades de fe por el bienestar de la humanidad y de la Creación. Ante todo, oraremos sin cesar por la unidad por la que Cristo oró (Juan 17): una unidad de fe, amor y compasión que Jesucristo trajo a través de su ministerio; una unidad semejante a la unidad que Jesús compartió con el Padre; una unidad que se basa en la comunión de la vida y el amor del Dios trino. De esta manera, recibimos el mandato de la vocación de la Iglesia de unidad en la misión y en el servicio.

17. Volvemos la vista a Dios, que nos sustenta, y oramos:

Dios de vida,
condúcenos a la justicia y la paz,
para que los que sufren encuentren esperanza,
los heridos obtengan sanación,
y las iglesias divididas alcancen una unidad visible,
por el que ora por nosotros
y en el que somos un sólo cuerpo,
tu Hijo, Jesucristo,
que junto a ti y al Espíritu Santo
es digno de alabanzas; un sólo Dios,
ahora y siempre. Amén




[1] Oramos por que, al responder al documento de Fe y Constitución La iglesia: hacia una visión común, nuestras iglesias adquieran un entendimiento más profundo de la unidad visible que Dios nos llama a vivir en y para el mundo.

[2] Expresamos nuestro agradecimiento por los muchos programas del CMI que han contribuido a que comprendamos lo que significa ser una comunidad de fe en la que las divisiones de etnia, raza, género, poder y clase social se confronten y se superen.

[3] Expresamos nuestro agradecimiento por todo lo que hemos aprendido durante el Decenio para Superar la Violencia sobre la paz a la manera de Dios, reflejado en el “Llamamiento Ecuménico a la Paz Justa” de la Convocatoria Ecuménica Internacional por la Paz que se celebró en Jamaica, y por todo lo que hemos aprendido sobre la misión a la manera de Dios gracias al documento elaborado por la Comisión de Misión Mundial y Evangelización Juntos por la vida: misión y evangelización en contextos cambiantes.

[4] Constitución y Reglamento del Consejo Mundial de Iglesias, modificado por la 9a Asamblea en Porto Alegre (Brasil) en 2006; III: objetivo y funciones. Recordamos las palabras de la primera Asamblea del CMI en 1948 “ “Aquí en Amsterdam....hemos pactado unos con otros al constituir este Consejo Mundial de Iglesias. Estamos firmemente decididos a permanecer juntos.”



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