23 de marzo de 2013

Homilía del Arzobispo Justin Welby en el inicio de su ministerio


En el inicio de su ministerio como Arzobispo de Canterbury, Justin Welby pronunció la homilía que aquí reproducimos ante más de dos mil personas reunidas en la Catedral y millones más del mundo entero que seguían la ceremonia a través de la televisión o la radio.


Sermón en la Inauguración del Ministerio
del 105 Arzobispo de Canterbury, Justin Portal Welby


Catedral de Canterbury, 21 de marzo de 2013
(Conmemoración de Tomás Cranmer, Fiesta de san Benito)


Rut 2. 10-16; 2Corintios 5. 6-21; Mateo 14. 22-33
“Ánimo, soy Yo, no tengan miedo”, Mateo 14. 27


A cada uno de nosotros, quienquiera que seamos y dondequiera que estemos, uniéndose a nosotros a la distancia por la televisión o la radio, o aquí en la Catedral, Jesús nos llama a través de las tormentas y la oscuridad y nos dice: “Ánimo, soy Yo, no tengan miedo”.

Nuestra respuesta a esas palabras marca el rumbo para nuestras vidas, para la iglesia, para el conjunto de la sociedad. El miedo nos aprisiona y nos detiene sin dejarnos ser plenamente humanos. De manera única en toda la historia humana, Jesucristo, el Hijo de Dios, es aquél que como amor vivo libera un santo coraje.

“Si eres tú, mandame ir hacia ti sobre el agua”, dice Pedro, y Jesús responde: “Ven”. La historia no nos relata qué pensaron los discípulos sobre salir de un bote perfectamente seguro, pero Pedro tenía razón y ellos estaban equivocados. Lo más absurdo es completamente razonable cuando es Jesús quien está llamando. Se libera el coraje, y él [Pedro] sale del bote, camina un poco y después cae. El amor lo atrapa, mansamente lo pone en pie, y en un momento estarán los dos en el bote y habrá paz. El coraje falló, pero Jesús es más fuerte que la falta.

El temor de los discípulos era razonable. La gente no camina sobre agua, pero esta persona sí lo hizo. Para nosotros, confiar y seguir a Jesús es razonable si Él es quien los discípulos terminan diciendo que es: “realmente tú eres el Hijo de Dios”. Cada uno de nosotros ahora necesita oír atentamente su voz que nos llama, y salir del bote para ir hacia él. Porque incluso cuando fracasamos, encontramos paz y esperanza y nos hacemos más plenamente humanos de lo que podemos imaginar: perdonada la falta, liberado el coraje, perseverante la esperanza, abundante el amor.

Por más de mil años este país, en mayor o menor medida, ha buscado reconocer que Jesús es el Hijo de Dios; en el ordenamiento de su sociedad, en sus leyes, en su sentido de comunidad. A veces lo ha hecho mejor, a veces peor. Cuando lo hacemos mejor, dejamos lugar para que nuestro propio coraje sea liberado, para que Dios actúe entre nosotros y para que maduren los seres humanos. Los esclavos son liberados, las leyes de protección laboral [Factory Acts] son aprobadas, y los Servicios Nacionales de Salud y la protección social quedan establecidos gracias al coraje liberado por Cristo. Los actuales desafíos ambientales y económicos, de desarrollo humano y pobreza global, sólo pueden enfrentarse con un extraordinario coraje.

Con humildad y sencillez el Papa Francisco nos llamó el martes a ser custodios unos de otros: del mundo natural, de los pobres y vulnerables. El coraje es liberado en una sociedad que se pone bajo la autoridad de Dios, para que podamos llegar a ser la comunidad plenamente humana que todos soñamos. Escuchemos a Cristo que nos llama y nos dice: “Ánimo, soy Yo, no tengan miedo”.

La primera lectura que escuchamos data de tiempos del Israel anterior a los Reyes. Es el relato de una refugiada moabita —profundamente estigmatizada, ineludiblemente menospreciada— que toma el enorme riesgo de elegir un Dios al que ella no conoce en un lugar en el que no ha estado, y encuentra seguridad cuando hace eso. La sociedad a la que Rut fue era sana porque estaba basada en la obediencia a Dios, tanto en el cuidado público como en el amor privado.

Hoy podemos ciertamente diferir sobre el grado de responsabilidad estatal y privada en una sociedad sana. Pero si dañamos nuestras raíces en Cristo, abandonamos la estabilidad que permite una buena toma de decisiones. No puede haber justicia, o seguridad, o amor, o esperanza en nuestra sociedad si ella no pone sus bases finalmente enraizándose en Cristo. Jesús nos llama a través del viento y las tormentas, escuchemos atentos sus palabras y tendremos el coraje para construir una sociedad que sea estable.

Por casi dos mil años la Iglesia ha buscado, a veces fallando, reconocer en su modo de ser que Jesús es el Hijo de Dios. El viento y las olas separaron a Jesús de sus discípulos. Pedro se atreve a salir con temor y temblor (como podrán imaginar me uno a él en este punto). Jesús reconcilia a Pedro consigo, y hace posible que todos los discípulos encuentren paz. Toda la vida de nuestras diversas iglesias encuentra su renovación y unidad cuando somos nuevamente reconciliados con Dios y así somos capaces de reconciliarnos mutuamente. Una vida centrada en la escucha atenta de Cristo cambia a la iglesia y una iglesia centrada en la escucha atenta de Cristo cambia el mundo: san Benito buscó crear una escuela de oración y, como resultado, creó una orden monástica que salvó la civilización europea.

Cuanto más auténticamente la Iglesia está a la escucha atenta de la llamada de Jesús, abandonando sus seguridades, hablando y actuando claramente y asumiendo riesgos, tanto más sufre la Iglesia. Thomas Cranmer afrontó la muerte con un coraje dado por Cristo, dejando un legado de adoración, de fidelidad a la verdad del evangelio, del que aún nos nutrimos. Miro a los líderes Anglicanos presentes aquí y recuerdo que en muchos casos alrededor del mundo sus pueblos están dispersos por los cuatro vientos o son empujados a la clandestinidad: por persecuciones, por tormentas de toda clase, incluso por el cambio cultural. Muchos cristianos sufren martirio hoy como en el pasado.

Sin embargo, al mismo tiempo, la iglesia transforma la sociedad cuando toma riesgos de renovación en la oración, de reconciliación y de proclamación segura de la buena noticia de Jesucristo. En Inglaterra solamente las iglesias unidas llevan adelante una innumerable cantidad de bancos de alimentos, dan refugio a los sin techo, educan un millón de niños, ofrecen orientación a personas que afrontas deudas, consuelan a los afligidos, y más, mucho más. Todo esto proviene de la escucha atenta de la llamada de Jesucristo. A nivel internacional, las iglesias se encargan de campos de refugiados, median en guerras civiles, organizan elecciones, levantan hospitales. Todo esto ocurre a raíz de escuchar atentamente la llamada a ir hacia Jesús en medio de las tormentas y a través de las olas.

Existen todas las razones posibles para ser optimistas sobre el futuro de la fe cristiana en nuestro mundo y en este país. El optimismo no viene de nosotros, sino porque a nosotros y todas las personas Jesús viene y les dice: “Ánimo, soy Yo, no tengan miedo”. Estamos llamados a salir fuera de nuestras propias tradiciones y lugares que nos dan seguridad, y a avanzar por entre las olas, extendiendo nuestras manos hacia la de Cristo. Animémonos mutuamente a escuchar atentamente la llamada de Cristo, a ser claros en nuestra proclamación de Cristo, comprometidos en la oración a Cristo, y veremos un mundo transformado.


Texto original en inglés: © Justin Welby 2013.
Traducción de la Comisión Diocesana de Ecumenismo, Relaciones con el Judaísmo, el Islam y las Religiones. Diócesis de Quilmes.